A D. Felipe de Borbón, quién espero no guardemos muchos años.
Me dirijo a usted con el respeto debido a cualquier persona, no más. Ni sé ni me importa el tratamiento protocolario que le corresponde, no lo voy a utilizar porque no le reconozco legitimidad para ello y porque no soy su súbdito.
Confío y deseo que nunca asuma la Jefatura del Estado y que una institución tan anacrónica, antidemocrática y onerosa como la Monarquía acabe de una vez y para siempre en su padre. Ya es absurdo de por sí que el poder se herede, pero es que además se hereda en función de una ley sucesoria contraria a la legislación española. Ésta iguala al hombre y a la mujer en derechos, lo que le convierte en el tercero en la línea sucesoria. Y voy más allá, la ley también iguala en derechos a los hijos nacidos dentro y fuera del matrimonio, lo que también podría excluirle de la sucesión ya que, como es costumbre en la Casa, fuera como dentro del árbol genealógico.

Pero el motivo principal de mi misiva lo ha provocado su discurso el pasado miércoles en la nueva sede de la Escuela de Negocios IESE, en Manhattan, ante un selecto grupo de empresarios.
En una escuela privada y del Opus, ha tenido la desfachatez y desvergüenza de decir que “nuestros precios y salarios están marcando el ritmo del retorno al sendero de la competitividad y, al mismo tiempo, nuestras familias están reduciendo sus niveles de deuda mientras mejoran su ahorro”.
Ofende e irrita que estas palabras las pronuncie un Príncipe cuyo sueldo y cargo si de algo no pueden calificarse es de competitivo.
También dijo que “nuestro Gobierno está introduciendo reformas muy profundas que deberían ponernos en camino de corregir los desequilibrios económicos que hemos acumulado en épocas recientes”.
Ningún adlátere del PP hubiera defendido mejor al Gobierno. A usted se le supone, aunque yo no se lo reconozca, la representación de todos, ¡todos!, los españoles. Y usted defiende, en el mejor auditorio posible, el desmantelamiento del Estado Social y de Derecho que el Gobierno está perpetrando. Como éste, achaca la crisis al nivel salarial alcanzado por los trabajadores, no a la cantidad de ladrones y sinvergüenzas que nos rodean, alguno de ellos muy próximo suyo.
Los salarios que considera tan competitivos, de aplicación para los demás, no para sí mismo, no son más que unos salarios míseros e injustos que empobrecen y esclavizan a la población trabajadora. Supongo que sabrá, aunque no le importe, que gracias al nivel salarial que tanto alaba, tenemos el sueldo base de los más bajos de la UE y el de menor poder adquisitivo. En España se ha producido el mayor incremento de la tasa desigualdad de toda Europa entre las rentas más altas y las más bajas. Ello unido a la tasa de paro más alta del continente y al salvaje recorte de servicios sociales de su loado Gobierno, dan como resultado que los servicios de caridad estén desbordados habiendo triplicado la cifra de atenciones dispensadas. Y que 2.200.000 niños vivan en hogares por debajo del umbral de la pobreza (Infancia en España 2012-2013, informe de UNICEF).

Parece que, seguramente por motivos de supervivencia, La Corona pretende súbditos trabajando 18h diarias por un plato de arroz, como en otras culturas que se nos ponen de ejemplo de productividad y competitividad. Antes rodarán cabezas. Y ya sabe, cuando la cabeza de su vecino vea rodar, ponga la suya a remojar.
Por otra parte, usted ostenta el título de Príncipe de Asturias y está casado con una asturiana, al menos de ascendencia. ¿Qué opinión le merece el levantamiento de los mineros?
Asturias es una tierra maravillosa y sus gentes más. Los mineros la dignifican; los políticos y príncipes que la representan la denigran.
Comprenderá D. Felipe, que con los antecedentes históricos de su dinastía, la trayectoria de su padre y la crisis que estamos pagando, no le queramos. Tampoco le necesitamos. Mientras los bancos nos roban la hacienda (más de 58.000 familias fueron desahuciadas el año pasado de sus casas), a usted le mantenemos a cuerpo de Rey sin saber ni cómo ni por qué. Bastante tenemos con defendernos del Gobierno electo, como para soportar que alguien impuesto nos toque el bolsillo y la moral.
¡Tercera República, ya!