Libros

Sobre corrupción

En el interesante aunque denso libro Cisnes Salvajes, se narran la historia de tres generaciones de mujeres chinas y la época histórica que a cada una le tocó vivir: La China Imperial, la China de Mao y la China actual.

Recién llegados los comunistas al poder, la corrupción estaba institucionalizada. Mao y el Partido Comunista tomaron las medidas que en un pasaje del libro se relatan y a continuación transcribo.

Cisnes Salvajes

Poco después de subir al poder, los comunistas hubieron de enfrentarse a una crisis. Habían logrado obtener el apoyo de millones de personas a base de prometer limpieza en su gobierno, pero algunos funcionarios habían comenzado a aceptar sobornos o a conceder privilegios a sus familias y amigos. Otros celebraban extravagantes banquetes, lo que en China constituye no sólo una de las aficiones tradicionales —casi un vicio— sino también un modo de entretener y alardear simultáneamente. Todo ello, claro está, a cuenta y en nombre del Estado en un momento en el que el Gobierno se encontraba extremadamente escaso de dinero, ya que intentaba reconstruir su destrozada economía y al mismo tiempo librar en Corea una guerra que estaba devorando aproximadamente el cincuenta por ciento de su presupuesto. Algunos funcionarios comenzaron a malversar a gran escala. El régimen empezó a inquietarse: sentía que se estaban erosionando tanto los sentimientos de buena voluntad que lo habían arrastrado al poder como la disciplina y dedicación que habían asegurado su éxito. A finales de 1951, decidió lanzar un movimiento contra la corrupción, el derroche y la burocracia. Se denominó Campaña de los Tres Anti. El Gobierno ejecutó a algunos oficiales corruptos, encarceló a otros varios y despidió a muchos más. Incluso algunos veteranos del Ejército comunista que se habían visto implicados en malversaciones y desfalcos a gran escala fueron ejecutados como ejemplo. A partir de entonces, se castigó con dureza la corrupción, que en consecuencia se convirtió durante las dos décadas siguientes en un fenómeno inusual entre los funcionarios. Mi padre estuvo al frente de aquella campaña en la región de Yibin. En la zona no había altos funcionarios culpables de corrupción, pero él creyó importante demostrar que los comunistas cumplían su promesa de mantener la limpieza dentro del Gobierno. Ante cada infracción, por nimia que fuera, todo funcionario estaba obligado a realizar una autocrítica: por ejemplo, si habían utilizado un teléfono oficial para hacer una llamada privada o si se habían servido de una hoja de papel del Estado para escribir una carta personal. Los funcionarios se volvieron tan escrupulosos en lo que se refería a la utilización de los bienes propiedad del Estado que la mayoría ni siquiera utilizaban la tinta de su oficina para escribir otra cosa que no fueran comunicaciones oficiales. Cada vez que debían redactar algo personal, cambiaban de pluma. Se estableció un celo puritano en torno a dichas normas. Mi padre estaba convencido de que tales minucias contribuían a crear una actitud nueva entre los chinos: la propiedad pública había quedado por primera vez estrictamente separada de la privada; los funcionarios ya no trataban el dinero público como si fuera propio, ni abusaban de sus posiciones. La mayor parte de las personas que trabajaban con mi padre adoptaron su misma actitud, en el sincero convencimiento de que sus esmerados esfuerzos se hallaban íntimamente ligados a la noble causa de edificar una nueva China. La Campaña de los Tres Anti se hallaba dirigida a los miembros del Partido. Sin embargo, para toda transacción corrupta hacen falta dos partes, y los instigadores se encontraban a menudo fuera del Partido. Destacaban especialmente los «capitalistas», los dueños de las fábricas y los comerciantes, sobre quienes apenas se había intervenido. Los viejos hábitos se hallaban profundamente arraigados. Durante la primavera de 1952, poco después del lanzamiento de la Campaña de los Tres Anti, se anunció simultáneamente el inicio de una nueva campaña, dirigida a los capitalistas, que recibió el nombre de Campaña de los Cinco Anti. Los cinco objetivos de la misma eran el soborno, la evasión de impuestos, el fraude, el robo de propiedad estatal y la obtención de información económica por medio de la corrupción. La mayor parte de los capitalistas fueron hallados culpables de uno o varios de estos delitos, castigados por lo general con una multa. Los comunistas se sirvieron de esta campaña para persuadir y, más frecuentemente, intimidar a los capitalistas, si bien de tal modo que se obtuviera el mejor provecho de su utilidad para la economía. Los encarcelados no fueron muchos. Aquellas dos campañas paralelas consolidaron los mecanismos de control —únicos en China— que se habían desarrollado originariamente en los primeros días del comunismo.

…Mao sabía que gran parte de las personas cultivadas de China se mostraba a favor de la moderación y la liberalización. Quería, pues, prevenir una «revuelta húngara a la china». De hecho, reveló posteriormente a los líderes húngaros que su petición de críticas había sido una trampa que decidió prolongar incluso cuando sus colegas sugirieron que pusiera fin a ella, con objeto de asegurarse que había descubierto hasta el último disidente en potencia. Los obreros y campesinos no le inquietaban, ya que confiaba en su gratitud hacia los comunistas por haberles llenado el estómago y haberles proporcionado una existencia estable. Asimismo, mostraba un desprecio básico por ellos: no creía que tuvieran la suficiente capacidad mental como para desafiar su mandato. Sin embargo, Mao siempre había desconfiado de los intelectuales. Los intelectuales habían desempeñado un papel fundamental en Hungría, y se mostraban más aficionados que el resto de las personas a pensar por sí mismos.

Adiós, Princesa. El aborto de Letizia

David Rocasolano ha publicado Adiós, Princesa (Editorial FOCA). Una venganza contra su prima y otrora íntima amiga, la experiodista Letizia Ortiz, actual princesa de Asturias por mor de su matrimonio con el príncipe Felipe. A ella y a la familia en la que se ha integrado culpa el autor de la desintegración de la suya.

Si en un país poco aficionado a la lectura, se añaden las presiones de la Casa Real para evitar la publicación del libro, la negativa de los grandes medios de comunicación a darle publicidad y el boicot de las grandes cadenas de distribución, Adiós, Princesa, llegará a un público reducido. Y es una lástima, porque merece la pena leerlo.

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David Rocasolano, abogado, primo, amigo y asesor legal de Letizia hasta hace pocos años, nos descubre la evolución de ésta desde sus años de estudiante de periodismo hasta la princesa que hoy es. Y no sale bien parada. Ni los Borbones, especialmente el rey. Ni la prensa.

El primer y último capítulo del libro son sendas bombas contra la princesa. En primer lugar, el autor nos descubre que Letizia abortó voluntariamente en una conocida clínica madrileña al quedarse embarazada de su entonces pareja y compañero de cadena televisiva, sin que éste se enterara, ni del embarazo ni de la interrupción del mismo. Un año antes de casarse, Felipe y Letizia encargan al propio David Rocasolano que elimine toda prueba y rastro de esa intervención. De conocerse el aborto de Letizia, la boda nunca se habría celebrado. La oposición desde un principio de los reyes al enlace, salvada por la amenaza de renuncia del príncipe a sus derechos sucesorios, hubiera sido insalvable.

Por otro lado, estaría la Iglesia. Nunca podría haber casado a una abortista, antes al contrario, debería haberla excomulgado. Motivo por el cual el matrimonio de cuento de hadas podría o debería ser declarado nulo.

El último capítulo del  libro se refiere al suicidio de Érika, hermana de la princesa. Da a conoccer la desgarradora escena vivida en el interior de la iglesia en la que se celebraba la misa de cuerpo presente antes del entierro, protagonizada por Antonio Vigo, expareja de la fallecida y padre de su hija, cuando dirigiéndose al rey grita: ¡Vosotros! ¡Vosotros tenéis la culpa! ¡Tú tienes la culpa, hijo de puta! ¡Vosotros la habéis matado! Momentos después, a la salida, Letizia se arrollidó ante el rey.

Después, Letizia pretendió ilegítimamente la custodia de la hija de Érica, legal y legítimamente en manos de su padre.

Entre medias, la transformación experimentada por una joven republicana y agnóstica a la que besó un príncipe y la convirtió en princesa.

Del rey, el primo plebeyo dice:

Aquellas cenas eran bastante tediosas, insisto, razón por la que yo intentaba siempre sacarles algún provecho estudiando los comportamientos de nuestra realeza. Mi personaje preferido siempre era el rey. A medida que fueron pasando los meses, aquella simpatía que nos mostraba al principio se fue diluyendo. En las reuniones, muchas veces se mostraba silencioso y huraño. Cuando se celebraba el cumpleaños de alguno de sus nietos, aparecía durante un rato para hacerse las fotos ante la prensa. Pero, en cuanto los periodistas se largaban, el rey borraba la sonrisa y se esfumaba sin despedirse de nadie. Sofía es diferente. Su trato con nosotros, los plebeyos, es mucho más cercano que el de su marido. Sofía es próxima, atenta a todos los detalles. Conoce el nombre de tus hijos, su edad, tu trabajo… Quizá sea una pose. A mí no me lo parece. Tal vez la diferencia estribe en que ella no gozó, como él, de una infancia y una juventud fáciles. Para quien no conozca la historia, la reina sufrió dos exilios. El primero, de muy niña, durante la invasión alemana a Grecia en la Segunda Guerra Mundial. El segundo en el 67, cuando la monarquía griega fue definitivamente derrocada. Sofía ha pasado hambre, ha vivido en ruinas y rodeada de ratas, ha servido como enfermera durante la guerra civil de su país. No se crió, como Juan Carlos, entre martinis blancos en Estoril y preceptores elegidos por Franco. Y eso se nota. Como a Juan Carlos se le nota lo contrario. El rey no respeta nada ni a nadie. Vive para mayor gloria de su propia persona…..

…..En las numerosas ocasiones en las que los he observado, jamás he visto de Juan Carlos un gesto de cariño o afecto hacia su hijo. Ni hacia nadie. Juan Carlos trata a todo el mundo por igual, no debe ser clasista, con una indiferencia y un desdén tan palpables que impresionan. Como si estuviera por encima del bien, del mal y de nosotros. Como una deidad a un insecto. Da la impresión de que se ha creído su papel, de que ha interiorizado que es un ser superior que merece el vasallaje, y va por la vida luciendo una displicencia absoluta, un desinterés indisimulado hacia todo lo que no sea él….

En España se dice mucho que, más que monárquicos, somos juancarlistas. Se nota que no conocen personalmente a Juan Carlos. Felipe es una persona mucho más inteligente, mucho más formada y con mucha más humanidad y humildad que su padre. Quizá, como Juan Carlos lo sabe, no le permite demasiados gestos espontáneos en público. Como si temiera que su hijo le robara el protagonismo….

….En España se dice mucho que, más que monárquicos, somos juancarlistas. Se nota que no conocen personalmente a Juan Carlos. Felipe es una persona mucho más inteligente, mucho más formada y con mucha más humanidad y humildad que su padre. Quizá, como Juan Carlos lo sabe, no le permite demasiados gestos espontáneos en público. Como si temiera que su hijo le robara el protagonismo.


Delicioso suicidio en grupo

Delicioso suicidio en grupo es el título de la excelente y recomendable novela del finlandés Arto Paasilinna.

Miles de finlandeses se suicidan cada año, y la razón nos la da el autor al principio del libro: “El enemigo más poderoso de los finlandeses es la oscuridad, la apatía sin fin. La melancolía flota sobre el desgraciado pueblo y durante miles de años lo ha mantenido bajo su yugo con tal fuerza, que el alma de éste ha terminado por volverse tenebrosa y grave. Tal es el peso de la congoja, que muchos finlandeses ven la muerte como única salida a su angustia.”

delicioso-suicidio_250En esta premisa se basa el argumento de la obra: dos suicidas, un empresario arruinado y un coronel viudo y retirado, coinciden en el mismo lugar para quitarse la vida. Tras este intento frustado, entablan amistad y deciden fundar una asociación de suicidas. Entre cientos de aspirantes, reclutan a una trintena y a bordo de un autobús de lujo, recorren Europa en busca del mejor lugar en el que llevar a cabo un suicidio en grupo.

Escrita en 1990, la novela es amena de leer, original en su planteamiento y divertida en su desarrollo. Me ha llamado mucho la atención la radiografía que de Finlandia hace el autor, muy alejada de la percepción que, desde la distancia y el desconocimiento, muchos tenemos. Más parece la descripción de España que del país nórdico:

Llegaron a la conclusión de que la sociedad finlandesa era fría y dura como el acero y sus miembros eran envidiosos y crueles los unos con los otros. El afán de lucro era la norma y todos trataban de atesorar dinero desesperadamente. Los finlandeses tenían muy mala leche y eran siniestros. Si se reían, era para regocijarse de los males ajenos. El país rebosaba de traidores, fulleros, mentirosos. Los ricos oprimían a los pobres, cobrándoles alquileres exorbitantes y extorsionándolos para hacerles pagar intereses altísimos. Los menos favorecidos, por su parte, se comportaban como vándalos escandalosos, y no se preocupaban de educar a sus hijos: eran la plaga del país, que se dedicaban a pintarrajear casas, cosas, trenes y coches. Rompían los cristales de las ventanas, vomitaban en los ascensores e incluso hacían sus necesidades en ellos. Los burócratas, mientras tanto, competían entre sí por ver cuál de ellos inventaba un nuevo formulario con el que humillar a los ciudadanos haciéndolos correr de una ventanilla a otra. Comerciantes y mayoristas se dedicaban a desplumar a la clientela y a arrancarles de los bolsillos hasta el último céntimo. Los especuladores inmobiliarios hacían las casas más caras del mundo. Si te ponías enfermo, los indiferentes médicos te trataban como ganado que se lleva al matadero. Y si un paciente no soportaba todo esto y sufría una crisis nerviosa, un par de brutales enfermeros le colocaban la camisa de fuerza y le ponían una inyección que dejaba a oscuras hasta el último resto de lucidez que le quedase. En su amada patria, la industria y los dueños de los bosques destruían sin piedad la naturaleza, y lo que quedaba en pie era devorado por los xilófagos. Del cielo caía una lluvia ácida que envenenaba la tierra haciéndola estéril. Los agricultores echaban en sus campos tal cantidad de fertilizantes químicos, que no era de extrañar que en los ríos, lagos y bahías proliferasen las algas tóxicas. Las chimeneas de las fábricas y los tubos colectores de residuos arrojaban sustancias que contaminaban el aire y el agua. Los peces morían y de los huevos de los pájaros salían polluelos prematuros que inspiraban lástima. Por las autopistas circulaban temerariamente insensatos que se vanagloriaban de su manera de conducir y que iban dejando tras de sí un triste reguero de víctimas en cementerios y hospitales. En las fábricas y oficinas se obligaba a los trabajadores a competir con las máquinas y, cuando se agotaban, se los hacía a un lado. Los jefes exigían un rendimiento ininterrumpido y trataban a sus subordinados de forma vil y humillante. Las mujeres eran acosadas, siempre había algún gracioso que se creía con derecho a pellizcar traseros que ya tenían suficiente con soportar la celulitis. Los hombres vivían bajo la presión constante del éxito, algo de lo que no se libraban siquiera en los pocos días libres que pudiesen tener. Los compañeros de trabajo se acechaban unos a otros, acosando a los más débiles hasta llevarlos al borde de una crisis nerviosa, o cosas peores.

Madres que soportaron un terremoto

El relato que a continuación se expone es un suceso real sacado del libro Nacer mujer en China, de Xinran Xue (cuya traducción es “con mucho gusto”), de muy recomendable lectura.

mujer en ChinaLa autora, presentadora de un programa radiofónico en 1989, recibe una carta denunciando el hecho acaecido en una aldea, según el cual un anciano ha secuestrado a una niña obligándola a casarse con él y, ante el miedo a que escape, la mantiene encadenada. Esta es sólo una de las cientos de historias y testimonios que recibe en la emisora dando cuenta de la desconocida y cruda realidad de las mujeres en China.

El libro nace de una selección de esos testimonios. Testimonios según los cuales no sólo conoceremos el lugar y el papel que la mujer ocupa y desempeña, sino que, sútilmente, sabremos algo más sobre la China de Mao y la China comunista/capitalista actual.

En el capítulo 5 que da título a este post, madres que soportaron un terremoto, la periodista se desplaza a la ciudad industrial de Tangshan, que había sido reconstruida tras su total destrucción durante el colosal terremoto del 28 de julio de 1976, en el que perdieron la vida trescientas mil personas. Se entera de la existencia de un orfanato cercano fundado y dirigido por madres que habían perdido a sus hijos durante el terremoto. Me contaron que lo financiaban con el dinero de la indemnización que habían recibido. Era un orfanato sin funcionarios, algunos lo llamaban «una familia sin hombres». Allí vivían unas cuantas madres dedicadas en cuerpo y alma del cuidado de varias docenas de niños.

De entre los dramáticos testimonios que la autora recoge de algunas de esas mujeres, transcribo el siguiente, absolutamente desgarrador:

La señora Yang y se encargaba de las comidas de los niños. Cuando llegué estaba supervisando la cena de los pequeños.

—Mire cómo los niños disfrutan de la comida —me dijo.

—Debe de ser porque es una buena cocinera.

—No necesariamente. Los niños disfrutan de ciertas cosas, como de la comida con formas especiales. Aunque no se trate más que de pan cocido, si tiene forma de conejito o de cachorro, comerán más. También les gustan las cosas dulces, y por tanto disfrutan con los platos agridulces y con el cerdo asado cantonés. Les gusta la comida que resulta fácil de masticar, como las albóndigas o las bolitas de verduras. Los niños siempre creen que lo que tienen sus amigos es mejor, y por eso debes dejar que elijan su comida y se la intercambien como quieran. Estimula su interés por ella. Mi hija era exactamente igual. Si le ofrecías una porción de la misma cosa sobre distintos platos se emocionaba.

La señora Yang sacudió la cabeza.

Yo le dije, indecisa:

—Tengo entendido que su hija…

—Te contaré la historia de mi hija si quieres, pero no lo haré aquí. No quiero que los niños me vean llorar. Resulta tan reconfortante verlos comer y reír así de felices, realmente me hacen…

Interrumpió su discurso, de pronto su voz se había roto por el llanto.

Intenté consolarla amablemente.

—¿Tía Yang?

—Aquí no, vayamos a mi habitación.

—¿A su habitación?

—Sí, soy la única que tiene habitación propia porque mi otra tarea es cuidar de los informes médicos y las pertenencias personales de los niños. No podemos permitir que los niños se acerquen a ellos.

La habitación de la señora Yang era muy pequeña. Una de las paredes estaba casi cubierta por completo por una fotografía que había sido ampliada hasta tal punto que parecía un cuadro de puntos de color. Mostraba una joven de ojos vivaces, con los labios separados como si fuera a hablar.

Clavando la mirada en la foto, la señora Yang dijo:

—Ésta es mi hija. Sacaron la foto cuando acabó la escuela primaria. Es la única foto que tengo de ella.

—Es muy guapa.

—Sí. Incluso en la guardería, siempre estaba actuando y haciendo discursos.

—Debió de ser muy inteligente.

—Eso creo. Nunca fue la mejor de la clase, pero nunca me dio motivos para preocuparme —dijo la señora Yang mientras acariciaba la fotografía—. Hace ya casi veinte años que me dejó. Sé que no quería irse. Tenía catorce años. Sabía de la vida y de la muerte, no quería morir.

—Me han dicho que sobrevivió al terremoto, ¿no?

—Sí, así es. Pero hubiera sido preferible que hubiera muerto aplastada al instante. Estuvo agonizando durante dos semanas, dos semanas y dos horas, sabiendo que iba a morir. Y sólo tenía catorce años —dijo la señora Yang, derrumbándose.

Incapaz de retener las lágrimas, le dije:

—Tía Yang, lo siento —y la rodeé con mis brazos.

Ella sollozó durante unos minutos y añadió:

—Estoy… estoy bien. Xinran, no puedes imaginarte lo terrible que fue. Nunca olvidaré la expresión de su rostro —dijo volviendo a mirar la fotografía con una mirada llena de amor—. Su boca estaba entreabierta, igual que aquí…

Afligida por sus lágrimas le dije:

—Tía Yang, ha estado trabajando todo el día, está cansada. Ya hablaremos la próxima vez, ¿le parece?

La señora Yang se serenó y dijo:

—No, me han dicho que tienes poco tiempo. Has venido hasta aquí sólo para escuchar nuestras historias. No puedo permitir que te vayas sin nada.

—No importa, tengo tiempo —le aseguré.

Ella se mostró decidida.

—No, ni hablar. Te lo contaré todo ahora —dijo respirando profundamente—. Mi marido había muerto un año antes y mi hija y yo vivíamos en el quinto piso de un edificio de varias plantas que nos asignó la unidad de trabajo. Sólo disponíamos de una habitación y compartíamos cocina y baño con otros vecinos. No era una habitación grande pero a nosotras nos era suficiente. Puesto que no soporto las temperaturas extremas, ni mucho frío ni mucho calor, yo ocupaba la parte de la habitación cercana a la pared interior, mientras que mi hija ocupaba la de la pared exterior. Aquella mañana me despertó un repentino estruendo, un estallido y un violento temblor. Mi hija gritó e intentó salir de la cama para acercarse a mí. Yo intenté incorporarme, pero no conseguí mantenerme en pie. Todo se inclinaba, la pared venía hacia mí. De pronto, la pared exterior desapareció y nos encontramos al filo del abismo del quinto piso. Hacía mucho calor y sólo llevábamos puesta la ropa interior. Mi hija gritó y se echó los brazos alrededor del pecho, pero, antes de que pudiera volver a reaccionar, fue arrojada al vacío por otra pared derrumbada.

»Chillé su nombre mientras me agarraba a unos colgaderos en la pared. Cuando finalmente cesó el temblor y pude incorporarme sobre el suelo inclinado, me di cuenta de que habíamos sufrido un terremoto. Busqué desesperadamente alguna manera de bajar y salí tambaleándome mientras gritaba el nombre de mi hija.

»No me había dado cuenta de que no estaba vestida. También los demás supervivientes iban ligeros de ropa. Hubo incluso quienes estaban desnudos, pero nadie prestó atención a estas cosas. Todos corríamos desesperados en medio de la penumbra, llorando y gritando los nombres de nuestros familiares.

»En mitad de la cacofonía chillé hasta quedarme afónica, preguntando por mi hija a todo aquel que se cruzaba en mi camino. Algunos de ellos me preguntaban a su vez por sus parientes. Todo el mundo tenía los ojos desorbitados y gritaba, nadie parecía asimilar nada. A medida que la gente fue dándose cuenta del horror de la situación, fue sumiéndose en un doloroso silencio. Se habría podido oír el sonido de una aguja al caer. Tenía miedo de moverme, no fuera que volviera a temblar la tierra. Nos habíamos quedado paralizados, contemplando el escenario: edificios desplomados, tuberías de agua reventadas, boquetes abiertos en el suelo, cadáveres por doquier, echados en el suelo de cualquier manera, colgando de los travesaños. Se estaba levantando una cortina de humo. No había ni sol ni luna, nadie sabía qué hora era. Nos preguntábamos si todavía seguíamos en el reino de los vivos.

Animé a la señora Yang a que tomara un poco de agua.

—¿Agua? Ah, sí… No sé cuánto tiempo pasó, pero empecé a sentir sed después de haber gritado hasta la extenuación. Alguien se hizo eco de mis pensamientos con una voz queda, «Agua…», recordando a todo el mundo que había que ocuparse de la cuestión inmediata de la supervivencia. Un hombre de mediana edad dio un paso adelante y dijo: «Si queremos seguir vivos tendremos que ayudarnos mutuamente y organizarnos». Los demás agradecimos su iniciativa entre murmullos.

»Empezaba a clarear y todo a nuestro alrededor cambió haciéndose más terrible. De pronto alguien gritó: «¡Mirad allá! ¡Hay alguien que sigue vivo!». En la pálida luz vimos a una muchacha atrapada entre los muros derrumbados de dos edificios. A pesar de que su cabellera le tapaba el rostro y que la parte inferior de su cuerpo estaba atrapada y escondida, supe por el color y el diseño de su sujetador, y por el movimiento esforzado de su torso, que se trataba de mi hija. «¡Xiao Ping!», exclamé. Repetí su nombre una y otra vez, loca de alegría y de dolor. Ella seguía retorciéndose desesperadamente y me di cuenta de que no me veía ni me oía. Me abrí paso a través de la multitud, señalando hacia ella y sollozando con voz ronca que era mi hija. Los escombros me bloqueaban el camino. La gente empezó a ayudarme intentando escalar el muro que había encajonado a mi hija, pero tenía una altura de al menos dos pisos y no disponían de herramientas. Grité el nombre de Xiao Ping una y otra vez. Seguía sin oírme.

»Unas cuantas mujeres y luego algunos hombres se unieron a mis llamadas para ayudarme. Pronto todos empezaron a gritar: ¡Xiao Ping! ¡Xiao Ping!

»Por fin nos oyó. Levantó la cabeza y utilizó la mano que tenía libre, la izquierda, para retirarse el pelo del rostro. Sabía que me estaba buscando. Parecía confusa, no lograba encontrarme en medio de la multitud de gente desnuda o medio desnuda. Un hombre que tenía al lado empezó a empujar a un lado a la gente que me rodeaba. Nadie entendió al principio lo que pretendía, pero pronto se hizo evidente que intentaba crear un gran espacio a mi alrededor para que Xiao Ping pudiera verme. Funcionó. Xiao Ping gritó «¡Mamá!» y agitó la mano que había quedado libre.

»Le devolví el saludo, pero mi voz estaba ronca y débil. Alcé los brazos y los agité. No sé cuánto tiempo pasamos llamándonos y saludándonos. Finalmente alguien me obligó a sentarme. Todavía había un gran espacio libre a mi alrededor para que Xiao Ping me pudiera ver. Ella también estaba cansada, cabeceaba y le faltaba el aliento. Visto en retrospectiva, me pregunto por qué nunca me pidió que la salvara. Jamás dijo nada parecido a «Mamá, sálvame». Jamás.

—¿Cuándo empezaste a contar las dos semanas y dos horas de las que me hablaste?

—Alguien gritó a Xiao Ping: «Son las 5.30 de la mañana, ¡pronto vendrá alguien a rescatarte!» Pretendía consolarla, animarla para que aguantase. Pero pasaron los segundos, los minutos y las horas y nadie venía a rescatarla.

—Fue porque la gente tardó en darse cuenta de lo que había pasado —dije yo, recordando el tiempo que tardó en llegarnos la noticia.

La señora Yang asintió con la cabeza.

—¿Qué clase de país era éste en 1976? Una ciudad había quedado en ruinas y habían muerto trescientas mil personas, pero nadie lo sabía. ¡Qué país tan atrasado era China entonces! Creo que si hubiéramos sido un país más avanzado se hubiera podido evitar la muerte de muchas personas. Tal vez Xiao Ping hubiera sobrevivido.

—¿Cuándo llegó el equipo de rescate?

—No puedo decirlo con seguridad. Sólo recuerdo que el ejército llegó primero. Los soldados estaban sudorosos de tanto correr, pero nadie se detuvo a recuperar el aliento antes de dispersarse y emprender el rescate. Dos soldados, equipados con cuerdas y mosquetones, empezaron a escalar la pared bajo la cual estaba atrapada Xiao Ping. Parecía que fuera a derrumbarse en cualquier momento aplastándolos a todos. Apenas era capaz de respirar, pues los veía acercarse cada vez más a ella…

La señora Yang se tomó un respiro de unos minutos y prosiguió:

—Cuando Xiao Ping vio que alguien se disponía a rescatarla, echó a llorar. El primer soldado que la alcanzó se quitó la cazadora del uniforme y la cubrió. Ella tan sólo tenía un brazo libre, por lo que el soldado tuvo que envolverla a medias con la cazadora como si fuera una túnica tibetana. El otro soldado le acercó una botella de agua a la boca. Los dos empezaron a retirar los ladrillos y las piedras alrededor de Xiao Ping y pronto descubrieron su brazo derecho, que estaba cubierto de morados y sangre. Por alguna extraña razón, de pronto dejaron de cavar. Me dirigí a ellos a gritos, preguntándoles qué pasaba, pero no me oyeron. Un rato más tarde bajaron y se vinieron hacia mí. Gesticulando con sus brazos ensangrentados me contaron que la parte inferior del cuerpo de Xiao Ping estaba atrapada entre las planchas de hormigón reforzado del muro, y que no podían retirarlas a mano. Les pregunté por qué sus manos estaban cubiertas de sangre. Se llevaron las manos a la espalda y dijeron que no se les permitía utilizar herramientas para sacar a la gente por miedo a hacerles daño.

»Después de que todo aquello hubiera acabado descubrí que las uñas y las puntas de los dedos de muchos soldados estaban destrozadas de tanto cavar, pero que se habían envuelto las manos con trapos y habían proseguido el trabajo. Algunos soldados gritaban como locos mientras cavaban, porque oían gemidos y gritos de ayuda entre los escombros. ¿Cuánto podían hacer sólo con sus manos? Los equipos de rescate pesados no podían llegar a la ciudad porque las carreteras estaban destrozadas. ¿Cuánta gente murió esperando que la rescatasen?

La señora Yang suspiró y se secó las lágrimas.

—Xiao Ping debió de ser una chica muy fuerte.

—Sí. Solía aullar por un arañazo en el brazo y palidecer al ver sangre. Pero durante aquellas últimas dos semanas se mostró tan fuerte… Incluso llegó a consolarme diciendo: «¡Mamá, no siento nada, o sea que no me duele!» Cuando finalmente liberaron su cuerpo vi que sus piernas estaban aplastadas. La persona que la amortajó para el funeral dijo que su pelvis se había roto bajo la presión. Espero que realmente hubiera perdido la sensibilidad de la parte inferior de su cuerpo durante aquellas dos últimas semanas, cuando estuvo expuesta a los elementos. Conté cada minuto. Durante todo aquel tiempo, la gente probó todo tipo de métodos para rescatarla, a todas horas, sin descansar un instante, pero ninguno funcionó.

»Finalmente, los soldados me ayudaron a escalar el muro para llegar a Xiao Ping, y construyeron un asiento improvisado para que pudiera sentarme allí y tenerla entre mis brazos durante largos períodos de tiempo. Su pequeño y débil cuerpo estaba frío como el hielo a pesar de que era verano.

»Durante los primeros días, Xiao Ping todavía pudo hablarme, moviendo las manos mientras me contaba historias. Pasado el cuarto día fue debilitándose lentamente, hasta que apenas pudo levantar la cabeza. Aunque le traían comida y medicina cada día, y a pesar de que alguien iba a cuidarla, la parte inferior de su cuerpo debió de sangrar todo el tiempo y la gangrena debió de empezar a actuar. Cada vez había más gente preocupada por ella, pero nadie pudo hacer nada por salvarla. La ciudad entera de Tangshan estaba en ruinas: simplemente no había suficientes operarios ni equipamiento para dar abasto, y las carreteras que conducían a la ciudad estaban intransitables. Mi pobre hija…

—Tía Yang —murmuré. Ambas llorábamos.

—Estoy convencida de que durante los últimos días Xiao Ping ya sabía que no había esperanza, aunque la gente se inventaba todo tipo de excusas para animarla. Yacía indefensa entre mis brazos, incapaz de moverse. En la mañana del decimocuarto día logró incorporarse a medias y me dijo: «Mamá, siento que la medicina que me has dado está surtiendo efecto. Todavía me quedan fuerzas, ¿lo ves?»

»Cuando la vieron incorporarse, la gente que la había estado observando atentamente durante los últimos catorce días empezó a aplaudir y a ovacionarla. Yo también creí que había tenido lugar un milagro. Al ver lo excitada que estaba la gente a su alrededor, Xiao Ping pareció recuperar las fuerzas. Su rostro, hasta entonces cadavéricamente pálido, recuperó el rubor y la muchacha habló a sus admiradores en voz alta y clara, dándoles las gracias y respondiendo a preguntas. Alguien sugirió que cantara una canción y la gente allí congregada aplaudió con aprobación. Al principio, Xiao Ping se mostró tímida, pero la gente la animó: «¡Canta una canción, Xiao Ping! ¡Xiao Ping, cántanos!» Al final asintió débilmente con la cabeza y empezó a cantar: «La estrella roja brilla con una luz maravillosa, la estrella roja brilla en mi corazón…»

»Entonces todo el mundo conocía aquella canción y hubo muchos que la acompañaron en su canto. Entre tanta desolación fue como el florecimiento de la esperanza. Por primera vez en muchos días, la gente sonrió. Tras unos pocos versos, la voz de Xiao Ping se quebró y se hundió lentamente entre mis brazos.

La señora Yang se quedó en silencio un largo rato. Finalmente se sobrepuso y continuó:

—Xiao Ping no volvió a despertar. Creí que estaba dormida, pero cuando descubrí mi error ya era demasiado tarde. No tuvo unas últimas palabras para mí. Su última experiencia en este mundo fue ver a la gente cantando y sonriendo a su alrededor. Cuando el doctor me dijo que había muerto me mostré calmada. Aquellas dos semanas y dos horas me habían exprimido hasta la última gota. Tuvieron que pasar otros cuatro días hasta que por fin lograron sacar el cuerpo de Xiao Ping, que ya había empezado a heder, y entonces fue cuando estallé en lágrimas. Su cuerpo estaba en un estado… mi propia sangre y mi propia carne… ¡Me dolía tanto, tanto!

Yo sollocé con ella:

—Lo siento, tía Yang, lo siento.

—Pobre niña, a sus catorce años sólo había visto tres películas, Guerra en las galerías, Guerra de minas y La batalla entre el norte y el sur, y ocho operetas. Jamás pudo posar los ojos en un vestido bonito o en un par de zapatos de tacón alto…

—Ésta es una gran pena en la historia de China. Yo también provengo de aquellos tiempos y prácticamente no experimenté ni la juventud ni la belleza.

La señora Yang suspiró.

—Algunos dicen que el terremoto fue un justo castigo divino por los acontecimientos de la Revolución Cultural. Pero ¿de quiénes se vengaron los dioses? Yo jamás hice nada que pudiera ofenderlos, ni nada inmoral. ¿Por qué acabaron con mi hija?

—¡Oh, tía Yang, no digas eso! La muerte de Xiao Ping no fue un castigo. No pienses eso. Si Xiao Ping, esté donde esté ahora, supiera que estás tan afligida, se preocuparía mucho. Tienes que vivir tan bien y tan feliz como puedas, ésta es la mejor recompensa por el sacrificio de Xiao Ping, ¿no estás de acuerdo conmigo?

—Sí, es cierto… pero yo… oh, bueno, no hablemos de ello. Tienes prisa, vete y ocúpate de tus cosas, no me hagas caso.

—Gracias, tía Yang —le dije apretando su mano—. Creo que ves mucha felicidad y muchas risas entre los niños de este orfanato. Estoy convencida de que, a medida que crezcan, los niños serán la continuación del espíritu de Xiao Ping y de las bellas cosas que legó al mundo.

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La doctrina del shock: capitalismo del desastre

doctrina

Guerras, terrorismo, golpes de estado, crisis, todo responde a un elaborado plan de ingeniería social y económica –capitalismo del desastre– para  implantar un régimen de libre mercado extremo cuyo fin es desmantelar y saquear al Estado y apropiarse de los recursos naturales por parte de una élite muy minoritaria que acumula la riqueza y ejerce el verdadero poder en la sombra.

Así lo sostiene la periodista canadiense Naomi Klein (Montreal, 1970) en su libro “la doctrina del Shock publicado en el 2008. En él se respalda con un abundante material histórico la enorme cantidad de pueblos que en momentos de extrema fragilidad fueron azotados por una vuelta de tuerca hacia el libre mercado o bien, a una profundización de él.

La “Doctrina del Shock”, en términos generales, quiere significar que tanto los individuos como las sociedades ante situaciones de gran impacto, como son los desastres naturales o los golpes militares, se sumergen en un estado de gran vulnerabilidad y debilitamiento de su voluntad, volviéndose muy proclives a la voluntad de quien o quienes se levanten con mayor fuerza y decisión señalándoles un camino. Es precisamente en estos momentos en que el libre mercado penetra, comandado organizadamente por el autoritarismo político y militar. Las crisis provocadas –económicas, sociales o políticas—  y las catástrofes ambientales son usadas para introducir unas reformas neoliberales que han llevado a la demolición del Estado de Bienestar.

La “terapia de shock” se nutre  de estrategias de marketing, propaganda y falsificación de datos, tratando de demostrar que el mercado libre es la única vía para escapar de la decadencia económica y de la pobreza masiva, lo que en la práctica se demuestra de una absoluta falsedad.

La estrategia se basa en, primero, crear el pánico, para luego presionar a para que se adopten “terapias” económicas neoliberales. El Banco Mundial y el FMI se convierten entonces en instituciones supranacionales adaptadas al objetivo de limitar la soberanía popular y privar a los gobiernos nacionales de cualquier autonomía. Los programas económicos son, pues, confeccionados en Washington, pero su aplicación in situ viene garantizada por personal político “fiel a la causa”.

10571La historia de los países está llena de guerras autoinducidas, catástrofes naturales convertidas en oportunidades, autoatentados, etc. Todas ellas con el objetivo, directo o indirecto, de reactivar ciertos sectores productivos como la industria armamentista, el sector construcción, automovilístico, en fin, la economía en general. Surge así el “estado corporativista”, en donde una restringida elite pasa de una empresa a cargos públicos sin el menor respeto a las normas liberales contra el conflicto de intereses. El “capitalismo de los desastres” no puede sino seguir renovando la inseguridad social. La “guerra al terror” (11-S) se convierte así en la retórica tras la que ocultar la venta de la defensa nacional a las empresas privadas y el pleno control del petróleo (Afganistán, Irak).

, “La doctrina del shock. El auge del capitalismo de los desastres”.

El fantástico documental “la doctrina del Shock está basado en el libro de Naomi Klein.

Narra cómo los discípulos del ultra neoliberal Milton Friedman de la Escuela de Chicago, los “Chicago boys”, contrarios a ultranza de las políticas Keynesianas,  inspirándose en la práctica psiquiátrica de los electroshock que anulan al sujeto, lo trasladan al contexto socio económico. El primer país que sirvió de laboratorio fue Chile con el golpe de Estado de Pinochet y después Argentina con Videla y después…

Cualquier parecido con lo narrado y lo que está pasando en España no es pura coincidencia. La doctrina del shock en nuestro país se resume en el ¡qué se jodan! expresado por Andrea Fabra en el Parlamento.

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1984 vs 2012

1984, magnífica novela de George Orwell que escribió en 1948 y publicó en 1949, pocos meses antes de su fallecimiento. Una obra de política-ficción que el tiempo ha demostrado que de de ficción tiene poco.

1984 presenta un mundo dividido en tres superpotencias dictatoriales y en permanente guerra, desarrollándose la acción en una de ellas, Oceanía, una sociedad totalitaria y axfisiante gobernada por el Partido Único cuyo líder, el Gran Hermano, vigila permanentemente la vida pública y privada de los ciudadanos.

La sociedad está estructurada en tres estamentos: los reducidos miembros del Consejo dirigente del Partido; los externos, burócratas (funcionarios) al servicio del Partido y del estado que deben obediencia, fidelidad y compromiso ciego a las directrices del poder. Deben ser y comportarse como fanáticos a pesar de carecer de derechos y de libertad de pensamiento, siendo vigilados permanentemente y estando sometidos a técnicas de manipulación y lavado de cerebro. Por último, el estamento más numeroso (el 85% de la población) y marginado: los plebeyos o “proles”, ciudadanos igualados en derechos a los animales que subsisten en condiciones infrahumanas, a los que se entretiene para que estén contentos y obedezcan ciegamente; se les considera incapaces de rebelarse porque, a pesar de ser los únicos que tienen libertad de pensamiento, carecen de intelecto.

La Oceanía de 1984 y la España (Europa y América) de 2012 peligrosamente se parecen demasiado. A continuación un fragmento de la novela que da una pista del por qué de esta crisis:

1984

…Pero también resultó claro que un aumento de bienestar tan extraordinario amenazaba con la destrucción era ya, en sí mismo, la destrucción de una sociedad jerárquica. En un mundo en que todos trabajaran pocas horas, tuvieran bastante que comer, vivieran en casas cómodas e higiénicas, con cuarto de baño, calefacción y refrigeración, y poseyera cada uno un auto o quizás un aeroplano, habría desaparecido la forma más obvia e hiriente de desigualdad. Si la riqueza llegaba a generalizarse, no serviría para distinguir a nadie. Sin duda, era posible imaginarse una sociedad en que la riqueza, en el sentido de posesiones y lujos personales, fuera equitativamente distribuida mientras que el poder siguiera en manos de una minoría, de una pequeña casta privilegiada. Pero, en la práctica, semejante sociedad no podría conservarse estable, porque si todos disfrutasen por igual del lujo y del ocio, la gran masa de seres humanos, a quienes la pobreza suele imbecilizar, aprenderían muchas cosas y empezarían a pensar por sí mismos; y si empezaran a reflexionar, se darían cuenta más pronto o más tarde que la minoría privilegiada no tenía derecho alguno a imponerse a los demás y acabarían barriéndoles. A la larga, una sociedad jerárquica sólo sería posible basándose en la pobreza y en la ignorancia. Regresar al pasado agrícola como querían algunos pensadores de principios de este siglo no era una solución práctica, puesto que estaría en contra de la tendencia a la mecanización, que se había hecho casi instintiva en el mundo entero, y, además, cualquier país que permaneciera atrasado industrialmente sería inútil en un sentido militar y caería antes o después bajo el dominio de un enemigo bien armado…

One Rat Short. Cortometraje de animación

One Rat Short es un cortometraje de animación escrito y dirigido por Alex Weir.

Una rata llega a un laboratorio de investigación, plagado de ratas de laboratorio para experimentar y, con una de ellas, surge el amor.

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Me recuerda, sin que el argumento tenga nada que ver, a un magnífico libro que leí hace tiempo, La Rata, escrito por el polaco Andrzej Zaniewski. Narra magistralmente la historia de una rata contada por ella misma. Además de una alegoria, es un sensacional relato que, en ocasiones, estremece. Lectura muy recomendable.

La Rata

Muere José Saramago

“No creo en dios y no me hace ninguna falta. Por lo menos estoy a salvo de ser intolerante. Los ateos somos las personas más tolerantes del mundo. Un creyente fácilmente pasa a la intolerancia. En ningún momento de la historia, en ningún lugar del planeta, las religiones han servido para que los seres humanos se acerquen unos a los otros. Por el contrario, sólo han servido para separar, para quemar, para torturar. No creo en dios, no lo necesito y además soy buena persona.”

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Muere a los 87 años el escritor portugués José Saramago, residente en Lanzarote -España-. De ascendencia campesina, autodidacta y premio Nóbel, se va uno de los mejores escritores contemporáneos que pasa a la Historia de la Literatura Universal. Periodista, intelectual, poeta y escritor de narrativa, nos lega un buen número de joyas literarias; entre ellas y que recuerde ahora haber leido están: “Alzado del suelo”, “La Balsa de Piedra”, “Memorial del Convento”, “El Evangelio según Jesucristo”, “Ensayo sobre la ceguera”, “La caverna” y “El Hombre duplicado”.

Biografía de José Saramago.

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FRASES DE SARAMAGO

La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva. En cambio la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva.

Las tres enfermedades del hombre actual son la incomunicación, la revolución tecnológica y su vida centrada en su triunfo personal.

Los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay.

¿Qué clase de mundo es éste que puede mandar máquinas a marte y no hace nada para detener el asesinato de un ser humano?

Pienso que todos estamos ciegos. Somos ciegos que pueden ver, pero que no miran.

El poder real es económico, entonces no tiene sentido hablar de democracia.

Julia Navarro: “Dime quién soy”, ambicioso libro

Presentacion-de-la-nueva-novela-de-Julia-Navarro-Dime-quien-soy_noticia_image_big “Dime quién soy” es el último título de la escritora Julia Navarro editado por Plaza y Janés al P.V.P de 23,90 euros.

El Libro

Un volumen encuadernado con tapa de dura y casi 1.100 páginas. Es muy pesado y poco manejable, para leer en casa. Hubiera sido mejor un estuche con dos o tres tomos para facilitar su transporte y lectura en cualquier sitio.

La letra, sin embargo, es grande y fácil de leer.

La autora

JuliaNavarroJulia Navarro (Madrid, 1953) es periodista que ha trabajado tanto en prensa, como en radio y televisión.

Es autora de libros de política y actualidad, pero lo que realmente le ha llevado a un espectacular éxito de público y crítica, tanto nacional como internacional, han sido sus novelas: La hermandad de la Sábana Santa, La Biblia de barro y La sangre de los inocentes han sido publicadas en 30 paises y han alcanzado unas ventas, en conjunto, de más de tres millones de ejemplares.

La Historia

Un periodista recibe el encargo por parte de una tía suya de investigar la vida de su bisabuela. Una enigmática mujer de la que casi nada sabe la familia. Esta investigación nos lleva por un recorrido de la historia de España y Europa del siglo pasado: Los fascismos, el comunismo, la segunda Guerra Mundial. La historia de esta excepcional mujer se va desvelando a la vez que se suceden los hechos históricos.

Conclusión

Si bien, como he dicho, el libro es muy pesado, no ocurre lo mismo con la historia que nos cuenta: bien narrada, engancha y la lectura es amena. Los personajes y las épocas están bien definidos, pero un proyecto tan ambicioso es difícil que no caiga en el efectismo y de hecho cae, además la historia en su conjunto es bastante inverosímil y a veces folletinesca.

En definitiva, libro entretenido de consumo: se lee bien pero no deja poso.

Políticos: una “casta” privilegiada

LaCastaDaniel Montero, periodista, publica un libro, “La Casta” Ed. Esfera de los libros, en el que da un repaso sin concesiones a la clase política española.
Ser político es un chollo con privilegios al alcance de ellos y sus herederos.
Un círculo de alrededor de 80.000 personas cerrado y opaco.
Los datos que vienen a continuación son del libro y, además de una verguenza, no tienen desperdicio.
Muy recomendable su lectura:

1.- Con lo que gana Rajoy en un mes, una pensionista con cuatro hijos vive durante dos años y medio.

2.- Tal es el descontrol, que en España no hay ni una sola institución que conozca cuántos políticos cobran del Estado.

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